martes, 28 de febrero de 2012

De rececho en Campos LLanos

DE RECECHO EN CAMPOS LLANOS Desde hace unos cinco años, se están viendo ciervos por los montes de mi pueblo. Está próximo a la Reserva de Fuentes Carrionas, donde dicha especie abunda bastante, por lo que se trata de ejemplares que van colonizando las zonas aledañas. Hasta ahora, mis recechos, los he dedicado a ir tras sus hermanos mas pequeños, los corzos. A éstos, después de dedicarles muchas horas, creo que les voy entendiendo un poco, aunque con el duende ¡nunca se sabe!, y es precisamente ésta incertidumbre, la que proporciona un aliciente más a su caza. Pero no pretendo hacer un relato relacionado con los corzos, sino con sus parientes más grandes, así que voy a contar una de mis salidas de caza tras los ciervos. Estamos en enero y tengo dos días por delante, para tratar de utilizar los precintos de ciervo macho y hembra que me quedan. Si hay suerte, seguiré la tradición de la matanza y prepararé unos chorizos de venado, que tanto agradecen familiares y amigos. Sábado 22 de enero: Pronosticaron temperaturas muy frías y desde luego, han acertado de pleno. El termómetro del patio, marca -11º, con el agravante de que sopla el cierzo, así que hay que salir bien abrigado. A las siete he terminado de desayunar como Dios manda, café con leche y un par de tostadas con mermelada casera de arándanos, mientras en la sartén, se va quedando bien churruscadita la panceta, que acompaño con un par de huevos. Es lo mejor, para aguantar los rigores invernales, aunque los ciervos nos van comiendo las arandaneras de la montaña y tanto a mí, como a los urogallos, cada vez nos cuesta más encontrarlas. Cojo los pertrechos que tenía preparados de víspera y salgo hacia el monte con una hermosa luna, que hace más llevadero el paseo nocturno. Todavía faltan un par de horas para que salga el sol, pero cuando llegue a Campos Llanos, creo que habrá la claridad suficiente para ver a distancia y si se tercia, poder disparar. El citado término, tiene unas cincuenta hectáreas, de las cuales la mitad están sembradas de centeno. En la parte norte hay una plantación de pinos, estando el resto rodeado de monte de robles, con el suelo tapizado de grandes brezos, que antes se cortaban para atizar los hornos, donde cada semana se hacía el pan. Hoy en día, todavía están los hornos, pero nadie de los pocos vecinos que quedan los utiliza, sólo algún nostálgico como yo, lo enciende de vez en cuando, para asar un lechazo. Me adentro por un valle, para coger con el aire de cara, la zona sembrada de centeno, pensando que quizás haya algún ciervo pastando en ella. Las rachas de viento mitigan el ruido de mis pasos, al menos para mí, que me voy quedando algo sordo, pero no estoy muy seguro de que no las capten los de las orejas grandes, ya que al estar el suelo tan helado, hay zonas en las que parece que voy pisando cristales. Son algo más de las ocho y estoy parado entre unas aulagas, dando vista a un sembrado donde pastan dos corzas y un macho. Este tiene una buena talla y la cuerna todavía cubierta de borra, habrá que esperar hasta abril, para ver si efectivamente es tan bueno como aparenta. Sigo andando con el mayor sigilo de que soy capaz, pero sólo consigo ver un par de corzas más. Hace un cuarto de hora que ha salido el sol y no he conseguido dar con ningún ciervo, así que decido ir a un término llamado el Bardal, pensando que al estar protegido del viento y tener un espeso bosque de robles, quizás sea el lugar adecuado para que se refugien. Me coloco dando vista a unas camperas que hay en la parte oeste de dicho término, dominando bastante campo, de forma que si algo se mueve por la zona, podré verlo. Llevo media hora parado y al estar a la sombra, para ser menos visible, me estoy quedando helado. Sólo he visto dos corzas pasar hacia el bosque, cuando de repente, me sobresalta un ruido de algo que viene a la carrera por mi derecha, me preparo y aparecen dos zorros persiguiéndose. Caigo en la cuenta de que es su época de celo, ya que evidentemente se trata de un macho persiguiendo a la hembra, pues la diferencia de tamaño es notable. Nunca había visto algo igual, ya que estuvieron un buen rato corriendo y haciendo quiebros, como un galgo tras la liebre, hasta que me pasaron casi rozando las botas, entonces el macho se paró a unos diez metros girándose rápidamente y se dio cuenta de que no estaban solos. ¡Lástima de cámara! Fue una buena escena para haberla filmado. Con pocas esperanzas de ver algún ciervo, estuve un buen rato más, pero al remanso de un gran enebro y sentado al sol, disfrutando de su agradable calorcito, mientras contemplaba la algarabía que hacían los arrendajos al verme. Ya son las once y como estoy sólo, tengo que preparar la comida, así que me dirijo hacia el pueblo, haciendo algunas paradas para mirar con los prismáticos las solanas, pero sólo consigo ver dos corzos en un lindero y ya cerca de las casas un bandito de siete perdices que volaron hacia el valle. Por la tarde, después de comer, y un poco de lectura junto al agradable calor de la chimenea, me dediqué a podar unos manzanos y cuando se acercaba la hora buena, el tiempo se puso bastante feo y arreció el viento, así que dejé el rececho para el día siguiente. Domingo 23 de enero: He seguido la pauta del día anterior y observo de todo menos ciervos. Sin embargo, en un centeno que hay junto al monte y que está algo mas crecido, se ven muchas huellas, que han dejado cuando la tierra no estaba helada. Esto me hace pensar, que quizás sea mejor esperarles por la tarde, antes de que la tierra se vuelva como la piedra y los brotes de centeno no tengan escarcha, así que decido volver al pueblo, con la idea de regresar pronto. Poco después de comer, ya estoy de nuevo caminando hacia el monte. Cuando llego a Campos Llanos, me sitúo de cara al viento, en medio de un grupo de robles, desde el que domino el sembrado de centeno, que los ciervos tienen tan tomado. A la media hora, estoy helado de frío y me doy cuenta de que con la temperatura tan baja y con el viento que sopla, no voy a aguantar hasta que anochezca. Por suerte, hay cerca un rastrojo en el que no recogieron la paja, así que traigo unas brazadas de bálago, con las que hago un buen refugio. ¡Esto ya es otra cosa!, la paja evita que me pegue el viento y voy entrando en calor. Cuando todavía falta más de media hora para que se ponga el sol, veo salir dos corzas y al poco rato el macho. Son los que vi ayer, y están pastando tranquilamente, aunque no se alejan de la orilla del monte. Allí estoy tan feliz en mi nido, cuando de pronto, se pone a nevar. Primero son unas tímidas aluscas, pero poco a poco, los copos se hacen más intensos, llegando a dificultar bastante la visión, ¡lo que faltaba! Los corzos siguen pastando, aunque continuamente se sacuden las orejas, parece que no les gusta que les caiga la nieve en ellas. Justo cuando se está poniendo el sol, los tres duendes se retiran al monte y de los ciervos…… ¡nada de nada! Ganas me dan de levantarme, pero ha parado de nevar y aguanto en el puesto. Pienso que todavía queda media hora de luz y hay que agotar todas las posibilidades. De pronto, algo intuyo que me hace mirar a mi derecha y el corazón me da un vuelco. A escasos cien metros, tres ciervas y un macho, pastan tranquilamente. Una vez más, se demuestra que los cazadores tenemos muy desarrollada la vista perimetral. Sin ser espectacular, se trata de un buen macho, que casi duplica en tamaño a las ciervas, tengo apoyado en la horquilla, el SR850 del 30-06, cargado con las TIG de 180 grains. Está un poco terciado, así que espero a que se coloque bien. Aunque ya no hay mucha luz, a través del Smith&Bender de 50mm que tengo puesto a 7 aumentos, lo veo perfectamente ¡cuanto se agradece una buena óptica en esos momentos! Transcurren unos emocionantes segundos y el angelito bueno comienza a darme avisos. Mira que solo has visto este macho…… total, si lo que quieres es hacer unas ristras de chorizos….. para eso una hembra va a ser mejor……. estas solo y semejante animal no lo vas a poder cargar….. La ética del cazador hace entrar en razón al depredador, así que decido tirar a una hembra. Tengo una que está a unos ochenta metros y la apunto cuidadosamente al cuello. Con estos tiros, los corzos se quedan en el sitio, así que espero que no se vaya, pues no son horas de pistear. Confío totalmente en el arma que llevo, y a esa distancia, el impacto va a estar unos tres centímetros por encima de donde pongo la cruz del visor, así que apunto con cuidado, disparo y efectivamente cae sin dar un paso. Acerrojo instintivamente y apunto al macho que ha corrido un poco y se ha quedado parado. Puedo ver como sale el vaho por su nariz y mueve sus orejas tratando de captar algún ruido. Todo ha sido un acto reflejo, pero entiendo que no debo dispararle, así que levanto la cara y me incorporo, mientras con un trote señorial se mete en el monte. Acerco la cierva a un roble, le paso por el corvejón el cordel que siempre llevo y con mucho trabajo, consigo colgarla de una gruesa rama. Con los corzos esto resulta sencillo, pero estando solo, levantar una buena cierva, francamente cuesta bastante. Como en caliente, se desuellan mejor, me coloco la linterna en la cabeza y una vez más, me acuerdo de mi abuelo, que me enseñó como hacerlo, además de otras muchas cosas referentes a la caza. Luego tardé hora y media en ir al pueblo y volver con el coche, así que con el relente que hacía, la canal se quedó perfectamente oreada. Por el camino pensé que había hecho el tonto no tirando al macho, ya que seguramente no tendría otra ocasión para utilizar el correspondiente precinto, pero lo cierto es que sentí una gran satisfacción al verle entrar en el monte. Espero que vengan más machos, para que el angelito bueno, me deje tirarles. ¡Por cierto! Los chorizos quedaron estupendos. Escrito por José Luis Polvorosa González

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