Salvo contadas excepciones, la temporada de caza ha finalizado. En la memoria, alegrías y desencantos que pasan a engrosar ese baúl de los recuerdos de los momentos de añoranza. Atrás quedó disfrutar de todo lo que rodea este arte: paisaje, el duermevela, el perro, los amigos, la satisfacción de haberlo dado todo, casi siempre por nada.
Pero todavía existe una última oportunidad para los que se resisten
a no salir al campo con la escopeta al hombro. Son los llamados cotos intensivos con animales de repoblación.
Cuando están bien estructurados, funcionan.
Siempre es grato coger el perro y junto a los amigos pasar el día en un ambiente campestre. Mucha culpa de que funcione este sistema la tienen algunos profesionales que han sabido rodear a esta actividad de complementos como campos de tiro, restaurante, pesca de truchas, que hacen que una salida de caza sea un día de fiesta.
Evidentemente, esto es otra historia y poco tiene que ver con la realidad
de la caza salvaje, pero muchos cazadores, cada vez más, lo buscan
y como dice el refranero popular «algo tendrá el vino cuando lo bendicen». La caza auténtica nunca va a desaparecer porque el instinto, sacrificio y arte que conlleva es insustituible.
Mientras tanto, el que quiera divertirse que lo haga sin avergonzarse ni bajar la cabeza.
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